jueves, 17 de octubre de 2013

CONFESIONES

Acababa de internarme en las primeras estribaciones del pirineo oscense. Había sido una jornada agotadora, más larga de lo previsto y con alguna que otra molestia física, a lomos de mi cabalgadura de dos ruedas. Así que decidí darme un pequeño homenaje y sustituir el habitual bocadillo vespertino por una cena de mesa y mantel.

No había mucha gente en el restaurante, apenas tres o cuatro mesas ocupadas. Recuerdo que como aperitivo tomé un refrescante gazpacho con jamón o panceta crujiente. Y ya no recuerdo más del resto del menú. La culpa de mi falta de memoria probablemente estuvo en la mesa que tenía frente a mí. Una pareja (matrimonio supuse yo) de avanzada edad, en torno a los ochenta, parecía disfrutar de una agradable velada. Veía perfectamente al hombre, que parecía alto y de buena planta a pesar de estar sentado. Un bonito pelo ondulado, ya canoso, y un poblado bigote. La mujer, sin embargo, me daba prácticamente la espalda. De pelo moreno y de cuerpo menudo, a veces conseguía intuir el perfil de su rostro.

El hombre hablaba continuamente, de forma pausada. Y sus maneras eran elegantes y con una atención constante hacia su pareja. A ella no la podía escuchar por la posición que ocupaba. Él seguía hablando y deshaciéndose en atenciones: le servía un poco de vino, le retiraba el pelo de su cara, le acercaba la servilleta. Hombre galante y caballeroso, pensé. No pude resistir más y, con la excusa de ir al aseo, me levanté y pasé despacio frente a ellos, lanzando una mirada furtiva hacia a la mujer.

Cuando volví a sentarme ya conocía perfectamente el porqué de las atenciones de aquel hombre, que en ese mismo momento le estaba diciendo a su mujer:

“Es verdad que en todos estos años no te he sido fiel. He andado con muchas, he sido muy mujeriego y siempre te lo he ocultado. Pero ahora estoy aquí contigo, cuidándote, porque te quiero”.

La mujer no respondió porque las palabras de aquel hombre ya no eran capaces de llegar a su mente, ausente.


NOTA: Comentaba en una entrada anterior titulada CABALGAR EN SOLITARIO: “…tú mismo estás mucho más receptivo hacia el entorno que te rodea al no haber nadie que te distraiga, tus antenas captan hasta el más mínimo detalle y eres testigo de momentos que de otro modo te habrían pasado desapercibidos. Sí, te conviertes de alguna manera en “voyeur”.
Y de estas cabalgadas en solitario han ido surgiendo algunas historias y anécdotas que en forma de relato ya han aparecido en este blog y seguirán apareciendo.”


Y ésta es una de ellas.

2 comentarios:

Amaia Ballesteros dijo...

¿No había cianuro o estricnina burbujeante en el plato del hombre del bigote?

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Yo le vi salir por sus propios pies. A no ser que fuera con efectos retardados... De todas formas no creas que toda la gente que conoce esta historia la percibe desde el mismo punto de vista que tú. Curioso.