sábado, 7 de septiembre de 2013

NO LUGARES: AEROPUERTOS


Marc Augé, antropólogo y etnólogo francés, establece la identidad de un individuo a partir de su relación con los lugares y espacios cotidianos. Así, y por contraposición, los “no-lugares” serían “los lugares de transitoriedad que no tienen suficiente importancia para ser considerados como lugares”. Ejemplos de un no-lugar  serían una autopista, una habitación de hotel, un supermercado o un aeropuerto.

Casi nunca me he sentido cómodo en un aeropuerto. Y no por el miedo a volar. Al contrario, cuando el avión despega siento una cierta liberación, es como dejar atrás un territorio hostil, un entorno antipático. He intentado descubrir qué es lo que provoca esa incomodidad. Parece evidente que el tiempo que pasamos en un aeropuerto discurre entre la tensión por encontrar el mostrador de facturación o la puerta de embarque, la incertidumbre de si nos pitará el arco de seguridad al atravesarlo o si nos mandarán abrir la maleta, la zozobra de que nuestro equipaje aparezca sobre la cinta transportadora… A eso hay que sumar los tiempos muertos de espera.

Pero creo que el aspecto arquitectónico de los aeropuertos, el entorno espacial que nos rodea también influye decisivamente. En la mayoría de los casos los espacios son claustrofóbicos y laberínticos. Y es precisamente esa falta de orientación espacial, de ubicación, la que nos provoca ese desasosiego, esa incomodidad. Ahora bien, esa percepción, o parte de ella al menos, desaparece cuando el diseñador del recinto plantea una opción tan sencilla como “abrir” el espacio interior hacia el exterior. En el momento en que, a través de una cristalera, podemos divisar el perfil lejano de la ciudad o de la montaña, los aviones que aterrizan o despegan, toda esa zozobra desaparece y la estancia se vuelve mucho más confortable. Un ejemplo claro lo tenemos en la terminal T4 del aeropuerto de Madrid, que a pesar de su gran tamaño consigue, gracias a su apertura hacia el exterior y un uso “orientativo” del color, eliminar esa sensación negativa.

Esa es, por tanto, una de las responsabilidades de los arquitectos cuando acometemos un proyecto de estas características, aeropuerto, estación, etc. (el que tenga la fortuna de acometerlo): conseguir la confortabilidad del usuario, que desde su entrada hasta su salida se sienta en un entorno amable y que la funcionalidad presida las líneas básicas de su diseño, más allá de otras consideraciones estéticas que deberían estar subordinadas a ella. Tenemos herramientas suficientes para hacerlo, después cada uno que aporte sus capacidades.

Buen viaje.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A pesar de mi miedo a volar y de mi natural nervioso, las dos únicas veces que he utilizado un aeropuerto me he sentido la mar de tranquila, y eso que en una de las ocasiones pitó el arco de seguridad a mi paso y en la otra tuve que abrir la maleta por llevar un artículo no autorizado.
Tengo dos secretos para que eso sea así. Y sí, uno de ellos tiene que ver con la arquitectura.

Teresa

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Los miedos supongo que empezamos a superarlos sobre todo en el momento en el que decidimos afrontarlos. A veces con un pequeño empujoncito de confianza es suficiente.

Por cierto, ¿qué llevarías en la maleta para que te la hicieran abrir?

Anónimo dijo...

Sin embargo en las estaciones de tren no se siente ese malestar, son mucho más acogedoras supongo que por algunos de los factores que comentas.

Luis

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Las estaciones de tren tienen una configuración espacial mucho más clara, que deriva de la disposición lineal de las vías. Además normalmente están integradas en la ciudad, a diferencia de los aeropuertos. Eso también las hace más "cercanas".