martes, 2 de octubre de 2012

¿CAMBIAMOS?


Hace unos meses, a través de la tupida red de redes de Internet (ya no hay escapatoria posible), contactaron conmigo antiguos compañeros de Colegio y de Instituto. El motivo, una comida de hermandad, fraternidad o como queramos llamarle. Ante la convocatoria tuve una doble sensación. Por un lado, sentía el morbo de rencontrarme con ellos treinta años después. Por otro lado, tenía mis reservas respecto a este tipo de eventos. Finalmente no sé si pudo más el morbo o la cortesía hacia aquellos que se habían molestado en localizarme e invitarme, pero acepté.

Cuando me dirigía al punto de encuentro pensaba: ¿Nos reconoceremos? ¿Habremos cambiado mucho? ¿Cómo serán nuestras reacciones? Las dudas se disiparon de inmediato: todos perfectamente reconocibles. Algunos pelos menos, algunas canas y algunos kilos más. Eso era todo. Por lo demás, las mismas expresiones, los mismos gestos, las mismas risas… Como era lógico, las conversaciones giraron en torno a un rápido repaso de nuestra trayectoria vital desde nuestra separación y, sobre todo, a recordar viejos tiempos, compañeros, profesores y situaciones inolvidables. Todo dentro del guion. En un momento dado, uno de los compañeros que estaba a mi lado comentó, en referencia al buen rollito reinante y a la camaradería que se mantenía después de tantos años, algo así como: “Es una gozada ver que nada ha cambiado, que ya sabes lo que va a decir cada uno, las reacciones y las opiniones sobre cada tema. Resulta muy cómodo.”
   
Llegó la hora de la despedida, emplazándonos para la siguiente a celebrar en corto plazo (también dentro del guion). Cuando me dirigía a casa y los efectos de la euforia se iban pasando empecé a darle vueltas a la frasecita: “Resulta muy cómodo.” Y, paradójicamente, empecé a sentirme incómodo y a hacerme preguntas: ¿Se puede considerar como algo positivo, como un logro, que en treinta años no hayamos cambiado? ¿Esa comodidad es algo de lo que sentirse orgulloso? Siempre he pensado (y parece que así lo indican quienes estudian la conducta humana) que somos la suma de lo innato más lo adquirido. Es decir, de lo que traemos de fábrica a través de nuestros genes más lo que nos va transformando o modelando nuestro entorno. Entonces, ¿cómo es posible que no hayamos cambiado en treinta años? Las relaciones personales, los hijos, el trabajo, los viajes, los distintos entornos sociales en los que nos hemos desenvuelto… ¿no han sido capaces de modelar, de hacer evolucionar lo más mínimo esas marcas genéticas?

Ciertamente me rebelo contra esta idea porque sería como aceptar que a los dieciocho-veinte años ya hemos llegado a nuestra cúspide evolutiva y que todo lo que viene después (treinta años en este caso) es algo así como los años de la basura, que no aportan nada ni son capaces de influir lo más mínimo en nuestra conducta. Y me rebelo también contra ese concepto de comodidad, de conformismo en definitiva.
Algún experto en estadística me podrá decir que el número de personas con las que compartí el encuentro es una muestra demasiado reducida para sacar conclusiones de este tipo, y también  es reducido el tiempo que compartí con ellas. Es posible. Y que todo eran hombres. ¡Vaya! No había pensado en eso.

Intentaré profundizar más en nuestro próximo encuentro, y hablar de mujeres… como hace treinta años.


4 comentarios:

José Luis Ferreira dijo...

Interesante reflexión. Pongo algunas mías a bote pronto.

Sí cambiamos en muchas cosas, tenemos más conocimientos, más experiencias, seguro que pensamos de distinta manere en muchos temas,...

No cambiamos en otras. El tipo de personas con las que sentimos empatía creo que se mantiene bastante estable. Si una persona te caía bien hace treinta años y era fácil comunicarse con ella, muy posiblemente seguirá ocurriendo.

Además, seguramente al verte entre el grupo, cada uno instintivamente podría haber vuelto, aunque fuera un poco, al role que tenía en el pasado, haciendo todavía más "cómodo" el retomar la relación.

O algo así...

Anónimo dijo...

Cambiamos. Vaya que si cambiamos.

En una reunión de esas características lo más importante es que no hay suficiente tiempo para hablar más que de cosas banales. Informar sobre nuestra situación familiar, profesional... no parece muy complicado. No hace falta profundizar mucho si no nos interesa. Después de una rápida puesta al día en ese sentido lo siguiente es hablar de recuerdos. Pocas pistas sobre cómo hemos evolucionado puede dar un tema así.
Seguramente lo recordaremos todo según la misma perspectiva que teníamos entonces. Aquel profesor nos seguirá pareciendo igual de bueno o malo, aquella anécdota la recordaremos con la misma hilaridad, aunque quizás hayamos olvidado los detalles... Pero muy posiblemente si hoy nos encontráramos en situaciones como las del pasado no reaccionaríamos de la misma forma.

Si siguiéramos una relación continuada con esas personas llegaríamos a ver cómo han cambiado realmente y nuestra relación sería distinta a la que teníamos entonces.

No soy la misma de hace treinta años. Yo también me rebelaría si así fuera.

Teresa

Bernardo I. García de la Torre dijo...

Veo que sois de la opinión de que sí cambiamos bastante a lo largo de estos años, lo cual me tranquiliza. Puede ser cierto lo que apuntáis, cada uno a vuestra manera, de que en una reunión de este tipo volvemos un poco al rol que teníamos en el pasado. Es una buena apreciación. Lo que me sigue inquietando es la opinión de mi compañero (que sí ha mantenido una relación más continuada con el resto) a favor de esa "comodidad" de no haber cambiado.

Saludos a los dos.

Anónimo dijo...

Mi opinión es que no cambiamos tanto como nosotros mismos creemos. Sí, es cierto que adquirimos conocimiento y tenemos más experiencia pero eso no siempre se traduce en cambios en la conducta, actitud, creencias, etc. Los que nos rodean normalmente tienen la sensación de que no hemos cambiado tanto.